"La razón por la que amo tanto mi trabajo es porque me permite crear emociones por medio de las imágenes, y cuando lo consigo soy feliz"
La máxima a la que se puede llegar con la afirmación anterior de Mateo Garrone podría ser que el cine sea cual fuese su formato es lograr transmitir emociones con imágenes. Pasar de la de las imágenes a que el espectador sienta, se emocione. La labor del cineasta es ardua si esas emociones que se crean en la pantalla no son simples llamadas sentimentales al corazoncito, sino que prefieren las emociones más duraderas que surgen con historias universales y con unos personajes bien construidos, de esos que el guionista conoce lo suficientemente bien como para decirnos cuál es su color preferido.
Mateo Garrone dirigió en el 2008 la dura mirada a la mafia italiana, la Camorra. Gomorra, triunfadora en Cannes, trata de los entresijos de la gente que trabaja en ella. A través de varias historias que se entrecruzan: un modisto de alta costura obligado a ser nadie y vendido a la mafia de nacimiento, un chaval cuyo propósito es lograr hacerse un hueco en la Camorra para ser alguien y dos jóvenes que en su ingenuidad e imprudencia se enfrentan a los jefes de la Institución. Todo ello contado desde una perspectiva muy alejada de El padrino.
La película es como un reportaje (cámara al hombre, sonido ambiente...) rodado en las propias localizaciones reales con actores no profesionales en su mayoría. Muy en la línea neorrealista de Rosselini, En este aspecto periodístico está el triunfo de Gomorra: mostrar la degeneración a la que se enfrenta el hombre cuando el único futuro es el ahora y donde las esperanzas no tienen lugar pues no hay horizontes. De hecho los dos personajes que se niegan a continuar en esta Gomorra, título que alude a la ciudad bíblica degenerada y sin salvación, son expulsados sino matados.
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