CASO #31 Víctor Erice. El juego del tiempo en la ficción




Por si hay alguien que crea que no hay grandes directores españoles de cine pueden preguntar por Víctor Erice. No solo es uno de los genios españoles en el terreno de los largometrajes sino que tiene una joya en forma de cortometraje.

Se cumplen 10 años del homenaje que se hizo a la película Ten minutes older (1978) de Herz Frank usando como título el mismo nombre del cortometraje . Entre algunos de los directores invitados a que partcipasen estaban Kaurismaki, Herzog, Spike Lee, Bertolucci, Godard y Víctor Erice. Se les pedía como requisito un cortometraje de 10 minutos y que apareciese un reloj en algún momento. El corto homenajeado es un plano único en el que se recogen las miradas de unos niños que acuden a una representación de marionetas. Sin embargo, igual que hizo Val del Omar (otro de los grandes cineastas españoles) con sus fotografías de las Misiones Pedagógicas de la Segunda República, las miradas de los niños son un universo fascinante que con un mínimo de sensibilidad -por parte del espectador- consiguen dejarte pegado a la pantalla en busca de sus sentimientos y pensamientos. Toda una experiencia. Erice ya lo experimento antes en su segunda película, El espíritu de la colmena (1973).



Erice decidió titular su proyecto Lifeline, que en español sería algo así como línea de la vida. Sin embargo, en España fue traducido con la palabra Alumbramiento. Ambos títulos posibles dan una idea muy bien definida sobre la materia con la que Erice trabajó: el tiempo. El tiempo que se escapa irremediablemente de la vida de las personas está personificado en todos los relojes que aparecen (el dibujado en la muñeca del niño o el reloj de pared) pero también en los sonidos que marcan rítmicamente el cortometraje. Erice parece decirnos que no hay posible escapatoria al tiempo. Además el elenco de personajes que va desde el niño recién nacido al anciano son una imagen clara de la vida que fluye.

Un niño recién nacido de 1940 se desangra por el cordón umbilical. Así empieza la película y a Erice le basta hacer una selección muy precisa de cortos planos, en los que aparentemente no ocurre nada, y de sonidos para contarnos la historia de una posible muerte. Digo que no sobra nada porque al repetirse aparentemente algunos cada plano tiene su simbolismo peculiar según en qué posición y junto a qué otro se coloque. La mirada impasible de un espantapájaros, unos campesinos con una guadaña o la imagen de los pies de una niña colgando de un columpio son duras imágenes que presagian la muerte. Ni que decir tiene los cuadros que cuelgan de la pared: los años que pasó la familia en Cuba y la fortuna que consiguieron y la actual situación de posguerra en la que tienen que vivir. Una situación en la que, repito, parece que no ocurre nada y solo cabe esperar.


También están cargadas de simbolismo las imágenes de la serpiente arrastrándose entre unas manzanas caídas del árbol del que ha comido un pájaro: una referencia muy clara del pasaje bíblico del Génesis; ninguno puede escapar a la muerte que llega. ¿Seguro? Pero es que Erice es un documentalista atrapado en la poesía. Y no es casualidad que la fecha en que se desarrolla esta escena es la de su cumpleaños (28 de junio de 1940), y él no murió. Tampoco lo hizo el bebé de la familia que actúa (pues Erice decidió que sus actores fueran una familia amiga que habían pasado por una situación similar a la que se narra). Erice se empeña en rememorar su biografía en su cine. Esta actitud se puede comparar a la de Ed, el protagonista de Big Fish, que usa la forma de cuento para contar su vida. ¿Puede ser entonces real el cine? ¿Cuáles son las fronteras de la realidad y ficción? ¿Qué grado de implicación tiene que poner el espectador en las historias?

Quiero volver al personaje que da pie a la idea del tiempo que Erice subraya: el niño que con su reloj dibujado en su muñeca juega con el tiempo. Nos recuerda que la vida y el tiempo son un juego en la que cada uno hace de sí mismo y cumple su función, su rol. Más claro es este rol si la sociedad que se retrata es la de posguerra con las diferencias sociales entre amos y criados. También este niño puede ser una metáfora de ese demiurgo platónico alejado de los hombres que da vida.


El margen entre la ficción y la realidad se diluye especialmente en el cine, y Erice lo sabe. Ya lo hizo en El espíritu de la colmena cuando la que la niña que ha visto la película de Frankenstein hace más tarde real lo que ocurre en la película. Esta niña no es más que un alter ego del cineasta, que también salió traumatizado tras ver su primera película. No supo crear la distancia necesaria para aceptar que la ficción es un mundo aparte. En Lifeline tanto el hecho de que todo el cortometraje sea una referencia a su nacimiento como que use actores que habían pasado por la misma situación nos dice que Erice usa su cine como documental y consigue atrapar la vida pasada para que cada vez que se reproducen sus películas vuelva a vivirse. ¿Por qué sino se haría cine?




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