Con Woody Allen no hay término medio. Es capaz cada año de sorprendernos con una gran película o bien con una desastrosa. Estrenar anualmente por ese afán de tener las manos ocupadas como él mismo dice le lleva por esos derroteros.
Gil están a punto de casarse con Inez pero antes deciden visitar durante unos días París, la Ciudad del Amor, nunca mejor dicho, él para mejorar su novela y conocer a sus suegros. En una de esas noches, Gil se topará con algunos de sus venerados escritores favoritos. En Midnight in Paris Allen reúne lo mejor de su cine. La tensión entre el pasado y el presente, el surrealismo y los amores frustrados son los ejes sobre los que pivotamos a lo largo del metraje. Además, la película cuenta con un Owen Wilson que realiza su mejor papel en mucho tiempo. Quizá gran parte del su acierto radique en que Allen lo haya construido para sí mismo hace 30 años.
Woody Allen sabe contar historias repletas de personajes sin que por ello el hilo conductor de la narración salga mal parada. En este caso lo logra haciendo girar todos los personajes en torno a Gil, actuando como polos opuestos que tiran de él hacia la realidad o hacia las promesas de la nostalgia. No son más que escusas para que Gil se decida por el presente o por los espectros del pasado. La misma premisa que se encontraba ya en La rosa púrpura del Cairo (1985).
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