Esa cosa rara llamada cine: hacer comedias no es gracioso

Johnny Depp "es" Barnabas Collins

Esta entrada es una continuación de lo que dije en ¡Mirar al pajarillo!

El cine es una maravilla. Incluso en sus películas malas. En esas en las que sabemos perfectamente que se han hecho porque las productoras tienen que cumplir su cupo de películas anuales o en aquellas hechas por directores que tuvieron sus genialidades pero que ahora están de capa caída como Tim Burton. ¿Por qué digo que ese tipo de cine de "mala calidad" es incluso una maravilla? Porque es toda una proeza lograr hacer sentir en el espectador una sensación de realidad. ¿Sensación de realidad? Pero si la mayoría de las películas se hacen siguiendo unos cánones, unas técnicas, que los productores, directores y guionistas en su mayoría conocen y saben utilizarlas para lograr un efecto. Es esta una de las maravillas del cine y uno de sus grandes lastres.

¿Acaso no vamos a ver Los Vengadores sabiendo que no van a inventar nada nuevo, que solo van a aplicar la fórmula (pero bien aplicada)? Y con la ventaja de que casi todos los personajes han sido trabajados en otras películas. Y si por un casual el público no los conoce, por supuesto que ha visto a los actores en otros trabajos. Ante todo en este tipo de producciones es fundamental que el público no se sienta extraño ante lo que va a ver: no vaya a molestarse a su majestad el público. Más mágico y extraordinario resulta que veamos a Jeremy Renner, primero, como desactivador de bombas en En tierra hostil, y ahora, de sustituto de Ethan Hunt en Misión Imposible: Protocolo fantásma, más adelante de Ojo de Alcón en Los Vengadores y nada más y nada menos que de nuevo chico Bourne en la próxima cuarta entrega. No. Por su puesto que el cine no puede hacer realidad. Tan solo un trasunto de ella. ¿Y entonces por qué vamos al cine a vivir experiencias que nos gustaría ver cumplidas en nuestras vidas: una comedia, un drama sobre la crisis económica o una tierna o trágica historia de amor? Sabemos que los contadores de esas historias han establecido todos los elementos, todas sus artimañas de cara a una estrategia que con suerte funcione y el espectador, en la oscuridad de una sala o en la pantalla de su ordenador, con gente hablando a su alrededor e importunando, SIENTA un algo, un no-se-qué que haga que se le escape una sonrisa, una lágrima, se le ericen los pelos, tenga un escalofrío o pegue un bote en su asiento vertiendo su Coca-Cola de 2,50€.

¡Ah! Pero están los que van al cine a desconectar, a pasar el rato. Que se queden en sus casas y se echen una siesta que les saldrá más barato. Aún estos pueden aprovecharse algo del cine: esa ilusión de realidad proporcionada por el parecido físico y emocional de lo que vemos en pantalla con nosotros.

Hubo y sigue habiendo quienes piensan que el cine puede cambiar la vida. Y es cierto. Nuestras inspiraciones de ver historias reales en una película que nos sirvan de aliento para seguir adelante son justificables. Pero no seamos unos pobres inocentes. En el cine es mucho más importante que las historias sean verosímiles a veraces. En el cine, no siempre pero en ocasiones sí, la verdad no importa. Bueno, me he pasado. La verdad tiene que mostrarse de manera verosímil, creíble. Toda mentira para lograrlo será útil. Es decir, que importa más el conjunto que sus partes. Esta falsedad inherente es ese lastre del cine en ocasiones. Es necesario el juicio constante del espectador cuando vea una película y no dejarse engañar por el parecido con la realidad. Michael Haneke, en una rueda de prensa del último Festival de Cannes, lanzó al aire lo siguiente:
“¿Que si mis actores sufren mucho? No, ellos están concentrados en su trabajo, no ven hasta el final el conjunto, y en un rodaje no tienen tiempo para ese sufrimiento. Luego como espectador, te emocionas. La gente cree en ese mito romántico de que cuando ruedas un drama sufres y cuando haces una comedia, ríes. ¡Con la de comedias que conozco cuyo rodaje fue un infierno! En mis películas solo intento reflejar una situación dada por la vida. Pero yo no soy un retratista de la violencia, me niego a esa etiqueta. De ahí que trabaje en el rodaje sobre todo con las emociones. El cine se parece a la ópera en que los diálogos reflejan esos sentimientos y sí es cierto que trabajo más con los oídos que con los ojos, atento a la verdad: el sonido transmite mejor las emociones, la vista te puede engañar”.

Lo explicaré con los actores. Ellos interpretan, no viven las vidas de sus personajes. Interpretar es por definición encarnar una mentira. Ahí está el caso del actor Henry Fonda, famoso por interpretar papeles de gente buena, que fue contratado por Sergio Leone para el papel de malo super-malo en Hasta que llegó su hora (1968). ¡Cuál sería la sorpresa del público cuando vio que Henry Fonda, El bueno, era entonces el malo! O en un caso más reciente. ¿Qué le ha pasado a Emma Watson que después de interpretar durante 10 años a la buena de Hermione ahora se mete en la piel de una barriobajera que roba en las casas de famosos? No creamos que la vida de los actores se identifica a la vida de sus personajes.

Sí. El cine es una mentira. Al menos todo está encaminado a lograr un efecto que fuera de la sala de montaje y de la sala de cine nunca existió; crear un sentimiento en el espectador a través de un encuadre, un rostro, una iluminación correcta y una banda sonora acertada. Vuelvo al principio y a Tim Burton. Su última película, Sombras tenebrosas, logra crear un efecto gracias a la paleta de colores y a su excéntrico vestuario, pero la película no tiene alma. No hace sentir, al menos no a mí, esa sensación de realidad que tanto apreciamos en el cine.

Pero este es solo un tipo de cine. Quedan otros.

Tim Burton dirigiendo a la actriz Michelle Pfeiffer

1 comentario:

  1. "En el cine es mucho más importante que las historias sean verosímiles a veraces". Yo diría que es importante que sean verosímiles, no creíbles. Pero sí veraces. No "realistas" o "fieles a los hechos", sino llenas de verdad. ¿Qué verdad? Esa es una pregunta más difícil.

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