Disfrutar: "Gozar los productos y utilidades de algo".
Divertirse: "Recreo, pasatiempo, solaz"
Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio (Steven Spielberg, 2011) es una de esas películas que hay que verlas una vez. Pero sólo una vez. De lo contrario disfrutarás de la película pero sabiendo que no vas a descubrir nada nuevo. Disfrutarás de las espectaculares secuencias en el Karuboudjan, en la avioneta o en Bagghar. Podrás descubrir los homenajes a los comics de Hergé, el alucinante detalle de precisión con que están dibujados los personajes y el background de cada imagen. Lo único que no podrás disfrutar de nuevo es con la historia que en su primer visionado se agota. Tintín es entretenimiento pero demasiado de usar y tirar. Y no es bueno oponer la calidad con el entretenimiento. Ahí está la trilogía de El Señor de los Anillos, Matrix o la saga Bourne.
Spielberg tiene la ventaja de tener
los personajes construidos y que el público quiere ver (tantos lo fueron a ver
que la película recaudó cerca de 250 millones de dólares en todo el mundo) cómo
los ha retratado en pantalla. Spielberg juega limpio aunando varias de las
historias de Tintín y no cae en la simpleza que hubiera sido copiar las
viñetas. Sin embargo, la aventura de Tintín, Haddock y Milou no tiene fuerza.
El grueso del trabajo se quedó en las coreografías para las batallas y
persecuciones y el guión se quedó en el escritorio. Spielberg hizo una
película de forma pero no de contenido. Y lo intenta solucionar con una escena
tras la persecución en Bagghar demasiado forzada con un capitán que le da
lecciones a Tintín de la misma manera que lo hizo Tintín en el bote en medio
del mar. Lo que ocurre es que con la información que nos han dado en el resto
de la película, Haddock no ha podido evolucionar dramáticamente tan rápido como se le pide. Desde otro punto de vista podría verse una “tintinización” del
Capitán Haddock. Y ya está, no hay más drama que surja del interior de los
personajes.