CASO: Andrei Rublev. Las road movies: viajes sin hacer turismo

Es común ver en el cine road movies. Porque la vida es un viaje y el cine es contar historias (casi siempre) con metáforas, que mejor manera que tratar de recorrer la vida de una persona a través de un viaje. Me gustaría poner de ejemplo, para demostrar que este tipo de cine es universal, dos películas totalmente diferentes en cuanto a estilo, tiempo y lugar. Fresas salvajes (1957) de Igmar Bergman y Andrei Rublev (1967) de Tarkovsky.

Entre estas dos películas tuvo lugar la gran Ola que removió todo el cine, primero el europeo, hasta influir en el resto del mundo. Estas olas trajeron una nueva manera de hacer cine. Nueva y diferente, eso sí, en cada país, según sus propias caracteristicas. Aspecto que todavía no ha cambiado en Europa, que es nuestro caso, ya que existe un amor maternal y protector de los cineastas y gobiernos por el cine de su país. Esta es la razón por la que tengan tan poca relevancia las películas de un país en otro vecino. Queremos unirnos pero sin revolvernos. La única solución: las coproducciones entre varios países que enriquecen culturalmente las películas y tienen muchas más posibilidades de triunfar en taquilla. Porque no hay que olvidar, y a más de uno hay que recordar, que el cine está hecho para ser visto y que el arte no tiene por vocación ser minoritario.


Volvamos a lo que interesa. A Bergman no le hizo falta ningún nuevo cine. Se bastaba consigo mismo. Es un director singular, único. Sus películas transmiten soledad, un intento de llegar a un más allá pero resistiendose a soltar amarras. Bergman y Tarkovsky son autores por encima de directores, dueños de sus películas, celosos de su estilo y de su obra.

Andrei Tarkovski en Andrei Rublev destaca por sus impactantes imágenes simbólicas: la naturaleza se presenta como manifestación de todo lo supremo pero también como una fuerza imponente que supera al hombre. La película se ambienta en la Rusia del siglo XV durante las guerras feudales y las invasiones tártaras. Andrei es un monje que tiene por encargo pintar la catedral de Moscú. De tal manera que la película se desarrolla conforme avanza el viaje desde su monasterio hasta que termina por pintar su obra maestra. Un viaje temporal pero también vital. En él tendrá que hacer frente a las tentaciones que se le insinúen, a las dificultades y atropellos que supone ser religioso en medio de invasiones y guerras. En la película queda demostrado que para llegar a lo más alto hay que bajar hasta los infiernos. Toda esta historia contada desde el punto de vista de Tarkovsky que nos introduce sin miramientos en el barro feudal y en la maravilla del arte. Una película complicada de ver (y no solo por sus 202 minutos). Lo mejor sin duda, el impresionante reparto coral y la grandiosa ambientación que no tiene nada que envidiar a la superproducciones hollywoodienses. (Que necesitabas una panorámica de 3000 hombres, ¡pues tienes todo el ejército ruso a tu disposición!


En esta escena se muestra una de las discusiones entre maestro y discípulo. Interesante desde el minuto 4. Omnipresente el agua y la nieve.

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